Fray Antonio de Cáceres y Sotomayor, confesor del Rey, era nombrado Obispo de Astorga en el año 1595. No parece que este cargo fuera de su agrado y desde el principio se mostró reticente a desempeñarlo. Pero como "nobleza obliga" decidió, por fin, poner rumbo hacia Astorga  pasando las montañas de Galicia con mucho trabajo de malos caminos y peores posadas....., para dar a conocer y obligar a sus capitulares a guardar los acuerdos del Santo Concilio de Trento. Así se lo cuenta al Nuncio de Su Santidad en una carta manuscrita que carece de fecha pero, a la vista de los acontecimientos,  podemos situar entre 1597-1606.

La enemistad manifiesta que se profesaban el Prelado y el Marqués de Astorga, ambos muy poderosos, fue, a mi juicio,  el detonante de los acontecimientos posteriores en los que, como casi siempre, aparece alguna cabeza de turco para cargar con la culpa.

Era diciembre de 1597 y  lo que parecía una simple pelea entre un miembro del Cabido (que gozaba de los favores del Marqués)  y un  sacerdote afín al Prelado, terminaba  desatanto  escenas de inusitada  violencia entre unos y otros clérigos que acabaron arrastrando al personal civil al mayor escándalo y atrevimiento que se  ha visto en España; porque no fue menos que amotinarse un cabildo entero y toda la ciudad que le seguía, armándose todos a campana tañida y voz de pregonero contra el Obispo, solamente porque mandó prender un clérigo. Y le cercaron su casa y le apedrearon en ella y poniéndolo todo en tanta confusión que si el Obispo no tuviera seso, se perdiera la ciudad muchas veces....

.Temo que me ha de pedir Dios estrecha cuenta por haber(lo) dejado pasar con tan ligero castigo.....( reflexionaba el Prelado).

Juicios, sentencia, mediaciones....nada servía para calmar los ánimos. Ambas partes aprovechaban cualquier detalle para encender, de nuevo,  la mecha. 
El Obispo  abandonó  la costumbre inmemorial de convocar sínodo diocesano  en la Catedral de Astorga y trasladaba la audiencia episcopal a La Bañeza. Estando  en esta villa mandó llamar a un Arcediano de la Catedral de Astorga para tratar algunas cosas tocantes al servicio de Nuestro Señor, pero éste hizo caso omiso y  el Obispo respondió a la desobediencia con la excomunión del Arcediano quien, a su vez, pidió amparo al Nuncio del Papa alegando que los miembros del Cabildo no estaban  obligados a acatar las ordenes del Prelado, teoría que apoyaba la poderosa familia del Marqués de Astorga.

Los problemas se sucedían, la división del clero era patente. Se celebraron  juicios en tribunales eclesiásticos y civiles, llegando a tener que intervenir el propio Rey Felipe III.
Se pronunciaron sentencias a morir en la horca, azotes  tormentos,  como aquél que padeció un pobre incauto al que condenaron a clavarle una mano en el mismo pilar donde había colocado  un libelo propagandístico obedeciendo ordenes superiores.

La muerte de Fray Antonio de Cáceres y Sotomayor en 1615 se convertía en el bálsamo necesario para restañar aquellas profundas heridas que llevaban dos décadas abiertas.

Para tomar nota.

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