Felipe IV, católico sin reservas al igual que sus predecesores, antepuso la religión a otras cuestiones de Estado en no pocas ocasiones. Siendo Papa Inocencio X, el Rey le escribe personalmente en febrero de 1645; poco tiempo después envía como emisarios al Conde de Siruela y mas tarde al Almirante de Castilla; el contenido de los mensajes es siempre el mismo y acaba por convertirse en una obsesión para Felipe IV, hasta tal punto que la petición inicial se convierte luego en súplica y mas tarde en exigencia, utilizando, a veces, un tono casi amenazante para volver al ruego, la súplica e incluso la humillación del propio Monarca. En 1649, tras un tiempo dedicado .... a los embarazos forzosos...y la agitación tan general en que mis reinos se hallan... .... vuelvo, de nuevo, a echarme a los pies de V. Santidad y a suplicarle con las más vivas instancias que puedo...... que declare por misterio de fe la Purísima Concepción d e la Virgen María Nuestra Señora ....
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