JOSÉ GONZÁLEZ DE UZQUETA:

Temiendo el peor desenlace, D. José González, redactaba su testamento cerrado y postrimera voluntad  el 23 de julio de 1667 en Madrid, ante el escribano Andrés de Calatañazor. Estuvo González al servicio de la monarquía hispánica más de cuarenta años, desempeñando diversos cargos. Fue  miembro del Consejo de Castilla, presidió el de Hacienda, gobernó el  de Indias y fue comisario de la Cruzada, entre otros empleos.  Su amistad con  el conde duque de Olivares  tuvo bastante que ver en los nombramientos y mercedes que se le otorgaron, sobre todo  durante el reinado  de Felipe IV.  

 Mientras se gestaba la caída oficial de Olivares, José González actuó como mediador entre los reyes y los condes: Yo me mortifico tanto de que nuevas de tanta pena le vayan por mi mano.....(escribía al rey refiriéndose al conde, el 3 de noviembre de 1643). Luego supo ingeniárselas para seguir gozando del favor real de Felipe IV y de Carlos II o mejor dicho, de su madre Mariana de Austria.

Falleció José González el 23 de septiembre de 1668. El 27 de este mes tenía lugar la apertura de su testamento con toda la solemnidad de derecho. Veamos algunas mandas:

Mando que me pongan los santos ornamentos como clérigo presbítero. Y debajo, los hábitos del Carmen y San Francisco  y el de Santo Domingo. Y éstos serán pequeños;  y sobre ellos me pongan el de la orden de Santiago.... Ordenaba también que su cadáver se depositara en el convento de San Hermenegildo  de Madrid, habitado entonces por los carmelitas descalzos......;sin ningún género de pompa ni ostentación, del mismo modo que se había hecho con el cuerpo de Dña. Catalina Valdés, con quien estuve casado....

Luego que mi cuerpo esté en descomposición y mis huesos  puedan ser trasladados....,  sean llevados al convento de San José de la ciudad de Calahorra, y se pongan en la bóveda que se ha hecho para este efecto, frente del sitio donde está enterrada la dicha señora Doña Catalina, mi mujer. Y esto  no pase de un año después de mi muerte.

Del traslado de los restos se encargarían dos o cuatro carmelitas, con el mayor secreto y recato que se pueda, cobrando por ello  200 ducados. Una vez finalizado el ceremonial del entierro definitivo, se celebraría un novenario común. Dejó escrito que por su ánima se dijeran   4.000 misas y las demás que a mi hijo  pareciere.......Y el mismo día que yo muera o el día antes, si fuera posible, se hagan decir todas las que se pudiere de ellas....,con el fin de asegurarse que, con tanto rezo, el ánima pasaba a mejor vida libre de pecado.  A todo esto había que añadir, además,  los preceptivos sufragios que estaban obligados a celebrar los conventos en los que ostentaba el  patronato.

Unos meses antes que él, había fallecido su gran amigo, el también político Juan de Góngora. Tras este suceso, entre el vulgo madrileño corría este curioso chascarrillo:

Góngora murió, y de aquí

podéis inferir mortales

que también se ha de morir

el señor José González. 

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