(I)
Allá por el año 1682 la villa de la Puebla de Alcocer, en Badajoz, se vio azotada por una virulenta epidemia que se cobró la vida de 252 personas (más mujeres que hombres) de un total de 300 vecinos, en apenas cuatro meses. La cantidad de detalles que figuran en los manuscritos de la época, merece que dedique, próximamente, un segundo artículo a la divulgación de este asunto.
El día 5 de junio, tras dos meses de fuerte incidencia de la enfermedad, las autoridades locales, reconociendo que el mal era epidémico, dispusieron una serie de medidas para paliar, en lo posible, los efectos de un contagio que se propagó como la pólvora.
La enfermedad se caracterizaba, básicamente, por la presencia de bubones o landres en el hueco del brazo (emuntorio del corazón), detrás de las orejas (emuntorio del cerebro) y/o en las ingles (emuntorio del hígado) además de calentura perniciosa, sobreviniendo la muerte en apenas dos o tres días tras la aparición de los síntomas.
Se habilitaron hospitales para atender a los afectados y evitar el contacto de éstos con las personas sanas. Se estableció un cordón sanitario que impedía a los vecinos salir de la villa.
Las autoridades civiles de la población vecina de Talarrubias organizaron retenes de decenas de hombres que, por turno, a pie o a caballo, provistos de bocas de fuego, vigilaban las puertas de la Puebla de Alcocer sin permitir entradas ni salidas. Aunque, eso sí, abasteciendo a los vecinos aislados de todo lo necesario. Éstos salían a recoger los víveres cuando se les requería desde fuera. Los guardianes se colocaban guardando una distancia prudencial y poniendo especial atención a la dirección del viento, al que consideraban principal vehículo transmisor del mal pestilencial.
Un sincero sentimiento de solidaridad se apoderó de los habitantes de las poblaciones cercanas que, aún contando con escasos recursos, concurrían con trigo, carneros, aves....y también cahíces de cal para desinfectar las estancias.
Las religiosas....añadieron a su clausura otro cerco para estar más retiradas y, al mismo tiempo, socorriendo a los hospitales con gran número de dulces y todo cuanto tenían, dándolo para los pobres....
La enfermedad se cebó, como siempre, con los más débiles, los flacos mal complexionados y peor alimentados.....cuyo manjar esta primavera ha sido criadillas de tierra, legumbres y carnes mortecinas.
En los dos primeros meses desde que se declaró la peste hasta que se estableció el cordón, fallecieron 23 personas. El temor al contagio provocó la huida de muchos. La población se sumió en un estado de pánico colectivo que dejaba tras de sí escenas dantescas......Las personas que en la villa quedaban solo tenían de racionales el no ser brutos porque en las materias sensibles sentían lo que un pedernal, tan pasmados que pasmaba el verlos, sus acciones daban indicios de estar frenéticos.... Padres y madres huían al campo abandonando a sus hijos de corta edad; los jóvenes se desentendían de sus mayores, a veces impedidos, dejándolos a su suerte. La gente corría de un lado a otro en busca de confesor y hábito para la mortaja, consciente del cercano y fatal desenlace. Casi todo el que se contagiaba, fallecía.
Tal era la situación que el duque de Béjar y vizconde de la Puebla de Alcocer, señor del territorio, redactó una provisión dirigida al reputado médico de la villa de Piedrabuena, en Ciudad Real, D. Francisco García de Santa María, ordenándole que se presentara con urgencia en la villa afectada por la peste..... por la cuál obligado, anteponiendo mi obediencia al peligro notorio de mi vida y posponiendo el cariño de mi mujer y nueve hijos al decreto de vuestra alteza...,luego, al punto que me vio ( D. Rodrigo de Hoces, caballero del hábito de Alcántara, gobernador de Villanueva de la Serena), sin darme lugar a alguna prevención, me llevó al cordón de la Puebla y entregándome a los ministros de ella, mandó a los arcabuceros que si volvía pié atrás me tirasen.....Era el 1º de julio del referido año de 1682. Desde el 5 de abril hasta ese mismo día se habían producido 130 defunciones a causa de la peste.
Los métodos de este observador galeno ocuparán mi próximo artículo.
¡Magnífico!
ResponderEliminar