DESPUÉS DEL FUEGO:
Tuvieron que pasar tres largas semanas para que el incendio, que tuvo su origen en la Solana Grande de Fasgar, se diera por controlado.
Era el 8 de agosto un día caluroso en exceso que amenazaba tormenta. Un único y estremecedor trueno delataba la cercanía del rayo que acababa de incendiar un espacio de monte bajo que, gracias a la rápida intervención de una serie de efectivos, se conseguía controlar -que no extinguir- en tiempo récord.
Apenas habían transcurrido 24 horas cuando aquella pira inicial adormecida, despertaba por sus fueros y extendía sus lenguas infernales en una y otra dirección arrasando a su paso toda señal de vida. Desde Fasgar a Montrondo, Salientes, Vegapujín, Posada de Omaña, Torrecillo, Barrio de la Puente, Colinas del Campo, Igüeña o Tremor, las llamas - eternas aliadas del viento y la sequía- renacían una y mil veces recorriendo caprichosamente los montes y dejándolos heridos de muerte.
Fresnos, serbales, avellanos, robles, tejos, acebos, piornos y urces sucumbían a la fuerza destructora de aquello que parecía un tifón de fuego. La luz verde y blanca de los abedules, viejos testigos del sudor de nuestros predecesores para lograr convivir con una tierra más veces hostil que amigable, se apagaba de repente y todo se volvía negro.
Ahora, un bando de perdices se mueve desorientado; los arrendajos echan de menos el abedular; las madrigueras de los roedores no sirven ya de refugio. Hasta las vacas deambulan en hilera entre las cenizas buscando pasto.
Pero pasará el tiempo y el negro se tornará verde, y blanco, y rojo, y azul......Y la tierra querida, repuesta de su larga enfermedad, volverá a acoger en su seno a todas las criaturas que, huérfanas de madre, se vieron forzadas a huir.
¿Hubo culpables que, por acción o por omisión, contribuyeron al desastre? No lo sé, sinceramente.
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