La existencia de  clases sociales es tan antigua como la humanidad. Pretender que todo el mundo tenga acceso a las mismas oportunidades es la más cierta de las utopías.

En el siglo XVII, ¿1632?, un manuscrito recogía un capítulo de las Ordenanzas de Sevilla relativo a las normas consensuadas por el concejo  para la elaboración de  almidón y harina de adárgama. 

Era  ésta  una clase de harina de trigo finísima, muy cara,  de gran calidad, que se utilizaba para fabricar un pan de alto valor nutricional (al menos, eso se creía) al alcance, obviamente, de muy pocos  privilegiados. Se necesitaba, para producirla, mucha cantidad de cereal porque había que desechar hasta las menores  trazas  de salvado,  habida cuenta de que sólo se permitían   dos onzas de impurezas  por arroba de harina  ( poco más de 55 gr en 11,5 kg ).

Los  granos se molían de manera liviana, después de remojados, para romperlos  en tres o cuatro pedazos. Así se lograba  el acemite , compuesto por una pequeña porción de  aducanque (harina) y  otra mayor de  afrecho (salvado). Ambas partes eran convenientemente separadas mediante un doble  cernido. El  aducanque servía para elaborar almidón y el resto del acemite,  bien limpio y sin rastro de impurezas, se molía de nuevo muy finamente para dar lugar a la preciada harina después de pasar por un cedazo especial llamado padron  de adárgama.

La licencia y la exclusividad  para fabricar este tipo de harina  la  otorgaba el concejo, mediante subasta,  al mejor postor. No se consentía el engaño, los inspectores o alamines si detectaban anomalías en los cedazos o fraude en la  calidad  debido a la  excesiva  presencia de salvado, aplicaban las caloñas (multas)  que el concejo tenía estipuladas.

Los fabricantes de  adárgama tenían preferencia sobre cualquier otro molinero de acequia o tahonero  para   comprar el trigo en las mejores condiciones.  No les estaba permitido almacenar el grano más de dos días, de esta forma se evitaba que perdiera calidad.  Incluso, en años de escasez o mala cosecha, aún  a sabiendas, por parte de las autoridades,  de que no habría cereal suficiente para elaborar el pan  común, los molineros de adárgama  seguían gozando de pleno favoritismo para la adquisición  de trigo en las alhóndigas o fuera de ellas.   Todo para que aquellos pocos privilegiados no carecieran del preciado artículo.

Así ha sido y es la vida.

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