Cuando la economía está en horas bajas, hay que reducir al máximo el dispendio que pueden causar sucesos extraordinarios tales como la muerte de un ser querido o cercano.

De tal manera que solo se permite llevar luto por el difunto a los parientes en grado próximo de consanguinidad (padres, abuelos, suegros, esposos...) y nunca durante  mas de seis meses.

Los ataúdes no se revestirán con  telas ni colores sobresalientes ni de seda,  sino de bayeta, paño o lanilla negra. El clavazón ha de ser también negro, el galón y pavonado negro o morado.
Sí se permiten, sin embargo, los colores y las telas de tafetán doble en los ataúdes de los niños.

La disposición ordena también que no se vistan de luto las paredes ni los bancos de las iglesias durante los funerales, solamente se cubrirá de negro el pavimento que ocupa el ataúd y las hachas de los lados. Tampoco se puede exceder de doce cirios con cuatro velas sobre la tumba.

Antes de celebrar los funerales, durante los días en que se honra al finado en la casa de duelo, queda prohibido cubrir las paredes con género de bayeta negra, por ser un gasto innecesario. Se colocarán cortinas negras y se cubrirá de luto el suelo del aposento donde las viudas reciben el pésame.
De igual forma se prohíbe el uso de coches negros y el encargo de fabricarlos. A las viudas se les consiente andar en  silla negra pero no en coche fúnebre.

Cuando el finado es miembro de la realeza, un grupo escogido de cortesanos  han de ser  los encargados de velar el cadáver y para ello, deben  vestir adecuadamente con capas largas y faldas caídas hasta los pies (los hombres) o con monjiles de bayeta si es invierno o de lanilla si es verano (las mujeres), además de tocas y mantos delgados que no sean de seda. Tras la celebración del sepelio los cortesanos abandonan el luto de rigor y pasan a vestirse de alivio.
No se permite a los vasallos de a pié guardar luto por miembros de la realeza. 

Así se publicó el 28 de noviembre de 1691 en Madrid, en la puerta de Guadalajara del Real Palacio con trompetas y atabales por parte del pregonero público.


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