Todas las civilizaciones, hasta ahora,  se fueron forjando  al amalgamar unas y otras culturas. Unos invadieron a los otros, los sometieron por la fuerza, ocuparon sus  territorios, impusieron sus costumbres y su religión, pasaron a cuchillo a todo aquél que osó contravenir el nuevo orden establecido....Y después de todo ésto, con lo que les  quedaba a los que estaban  y con lo que traían los que venían, surgió una nueva cultura que se  iba enriqueciendo a medida que crecían las influencias del exterior. Somos los españoles el producto de la fusión de íberos, celtas, romanos, árabes...

Y viene ésto a cuento de que  hace unos días se celebraba el día de la Hispanidad. No seré yo quien juzgue si la llegada de los españoles a América  supuso un duro palo y  la ruptura de la historia de los pueblos precolombinos; seguramente en este asunto, como en muchos otros, hay que considerar  la posibilidad de una doble lectura. Dejemos, pues,  de lado las disquisiciones éticas y no olvidemos que los hechos que somos muy amigos de juzgar, dicho sea de paso, ocurrieron hace más de 500 años.

 Patatas, tomates, cacao, café, especias o frutas que hoy consumimos, vinieron  de  América.
El oro, plata y piedras preciosas que los pueblos autóctonos no valoraban,  llegaban aquí en cantidades asombrosas, llenaban de dinero  las arcas del Rey - quien, a su vez, lo malgastaba en guerras-, las  de los cientos de asesores de gobierno,  de los  comerciantes avispados   y  de   unos cuantos listos que merodeaban entorno a personajes bien posicionados.

D. José Gálvez, Secretario de Estado del Despacho Universal de Indias, había desempeñado el cargo de Visitador del Virreinato de Nueva España. Gracias a sus gestiones, allá por el año 1768, mejoraban algunas  actividades comerciales al bajar un 25% el precio de los azogues y  la pólvora. Los derechos del oro, impuesto muy gravoso hasta ese momento, se veía reducido al 3% gracias a la mediación de D. José. Ilustrado, inteligente y de carácter  dialogante, su obra por excelencia fue la  fundación  del  "Cuerpo de Mineros de Nueva España" con el objetivo de que los trabajadores de este ramo conozcan sus derechos, hayan salido de la ignorancia, sean  instruídos y se organicen en una especie de sindicato que esté presidido por un tribunal que, como compuesto por ellos mismos, será siempre un atento curador de sus derechos y un árbitro justo y equitativo de sus litigios.
La formación cultural y técnica de los jóvenes trabajadores sería una  tarea a cargo de la organización sindical que, del mismo modo,  habría de constituir un fondo dotal que, con el tiempo, pueda ser bastante para la habilitación de una gran parte de las minas.
Toda una declaración de intenciones de un visionario como José Gálvez, que  entendió, en el siglo XVIII,  que para progresar era necesario  invertir en cultura, técnica y seguridad en el trabajo.

Fue nombrado Marqués de Sonora y Vizconde de Sinaloa. Muy querido por los mineros nativos y sus familias, hasta tal punto que solicitaron al Rey licencia para otorgarle una pensión vitalicia de 4.000 pesos fuertes, a cargo de la referida organización sindical, como muestra  de agradecimiento. Licencia que,  naturalmente, S.M. concedió  y se firmó en palacio a 2 de julio de 1779.



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