La negociación para casar a Carlos, Príncipe de Gales e  hijo de Jacobo Estuardo  con la Infanta María, hermana pequeña de Felipe IV, resultó un fracaso de la diplomacia en el que tuvo mucho que ver la resistencia,  por parte de las autoridades eclesiásticas, a la celebración del enlace.

A principios de  1623, Carlos llegaba  a España de incógnito para acelerar los trámites de su propia boda. Aunque, finalmente, las negociaciones no llegaron a buen puerto,  tampoco se planteó  ningún obstáculo para que él y sus acompañantes vivieran a cuerpo de rey durante los más de seis meses que permanecieron en nuestro país. 

Para sorprender a tan ilustre persona, pidió el Rey a todas los religiosos  que procesionaran el Viernes Santo con algunas mortificaciones exteriores decentes. Trinitarios, franciscanos, mercedarios o capuchinos salieron a la calle Mayor de Madrid, en dirección a palacio,  unos con calaveras y cruces en las manos, otros con sacos, cilicios, sin capillas, cubiertas las cabezas  de ceniza, con coronas de abrojos, vertiendo sangre. Otros con sogas y cadenas a los cuellos y por los cuerpos, cruces a cuestas, grillos en los pies, aspados y liados, hiriendose los pechos con piedras, con mordazas y huesos de muertos en las bocas. Y todos rezando salmos......con viaje de mas de tres horas que admiró la Corte y la dejó llena de ejemplo, ternura, lágrimas y devoción....

Pasada la cuaresma, llegó la hora de las fiestas públicas, máscaras y festines en honor del futuro Rey de Inglaterra,  donde no podían faltar las corridas de toros. El día 1 de junio de 1623, el Príncipe fue testigo junto a Felipe IV, acomodados ambos en  un balcón dorado, de cómo por vez primera en España, se retiraban los toros muertos de la plaza con un tiro de mulas,  invención del Regidor D. Juan Castro y Castilla.

En agosto del mismo año, tras asistir a fiestas y mas fiestas,  y en vista de que la diplomacia no conseguía el fin propuesto, Jacobo ordenó a su hijo regresar. Se acordó  fijar   la fecha de embarque, en La Coruña, para el 9 de septiembre. Felipe IV designó  a los  nobles que debían acompañar al real  viajero en el trayecto desde Madrid  hasta llegar al puerto. 

Los regalos y agasajos que se intercambiaron entre miembros de ambas Cortes, en la despedida, son una muestra evidente   del  dispendio mas escandaloso y el despilfarro sin control en un país donde, incluso el ilustre visitante, había constatado la extrema pobreza en que vivía el pueblo. 
Sirva como ejemplo la relación de  los regalos que Carlos recibió de mano de nuestro Rey: dieciocho caballos españoles, seis moriscos, seis yeguas de vientre, veinte potros con sus mantas de terciopelo franjeadas de oro, una silla, brida bordada de perlas; dos garañones; una pistola, espada y daga con cabos de diamantes; ciento sesenta escopetas y ballestas; cien espadas; pinturas extremadas y, entre ellas, "Nuestra Señora" de Corregio y "Venus" de Tiziano que estaba en El Pardo...

Hoy como ayer...España es diferente.

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