El invierno de 1694 fue especialmente crudo en España. Las bajas temperaturas, a lo que había que añadir  una alimentación pobre,  precipitaron la muerte  de buen número de ciudadanos  y también de sus ganados. Basten los ejemplos que refiero para  constatar la magnitud del temporal.  Los correos faltaron en Madrid quince días continuados...En Zaragoza, en los conventos y casas principales quemaban, para calentarse,  no sólo puertas y ventanas sino también alhajas muy costosas y muebles....

Tiempo muy  propicio para redactar un memorial, de autor anónimo o desconocido, acerca del estado lastimoso al que la mala gestión  había conducido  al  antiguo imperio donde nunca se ponía el sol. La introducción a este discurso puede ser perfectamente  extrapolable  a otras etapas de nuestra Historia reciente:
Qué es lo que suena en España sino trompas de amenazas que deben despertar del sueño en que hasta ahora se ha vivido. Reconocidos pues  los males, no será frustrante el que advirtamos los necesarios peligros que, a grandes voces,  piden apresurado remedio....

Carlos II, sin criterio propio y siempre dirigido,  casaba en segundas nupcias, en 1689,  con Mariana de Neoburgo en busca de la ansiada e imposible sucesión. Para festejar el evento,   el Conde de Altamira, Virrey y Capitan General de Valencia ordenaba los preparativos para la representación, en Valencia,  de la obra "La Fiera, el Rayo y la Piedra" de Calderon de la Barca. Aunque se había fijado la fecha del 20 de mayo para realizar  la  función teatral, por algunos accidentes del tiempo no pudo ser. Finalmente, el día 4 de junio de 1690, domingo, en el Salón de las Guardias  del palacio del Virrey, con todo lujo de agasajos a los comediantes e invitados, sin escatimar en gastos y con una meticulosidad organizativa digna de mención, la obra teatral se representaba cosechando el aplauso del selecto público asistente.
Posteriormente  veía la luz una muy detallada  Loa a la Comedia  de la Fiera, el Rayo y la Piedra  de D. Francisco Figuerola, quien había recibido el encargo del orgulloso  Conde de Altamira para que quedase constancia de su altruismo  hacia la Corona. 

Figuerola, contando cuarenta años,  dejaba este mundo  en febrero de ese invierno cruel y  frío de 1694.




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