Corría el mes de enero de 1689 cuando los regidores de la ciudad  de Barcelona se vieron obligados a acudir, a través del virrey, a las mas altas instancias judiciales del Estado para tratar de resolver un asunto, a la sazón, complejo.

Desde hacía casi tres meses un ciudadano francés, mercader de estampas y alhajas, pululaba por la ciudad exponiendo su mercancía en el Pórtico de Santiago, que es el puesto más público y destinado para ésto. Acertó a pasar por allí un militar que  dio  aviso a la autoridad  al comprobar que entre otras  imágenes de los mayores príncipes de Europa, estaban en venta unas  estampas vejatorias contra  S.M. el Rey  nuestro señor,  que Dios guarde, Carlos II.

Jaime Gibert, que así se llamaba el francés, fue detenido y puesto a disposición de un juez que no sabía muy bien qué hacer con el reo al no existir precedente de un  delito tan atroz.

Los expertos en leyes y doctores abogados se apresuraban  a revisar  sentencias y textos  de escritores así políticos como de jurisprudencia con el resultado de un más que evidente desacuerdo entre los miembros del tribunal, pues había quien opinaba que debía considerarse delito de lesa majestad  y aplicarse la correspondiente   pena. Otros recomendaban que se castigara como un delito común. Hubo entre los juristas, incluso, quienes aconsejaron hacer la vista gorda y no buscarle tres pies al gato ante un hecho que podía calificarse de falta leve.
La controversia estaba servida y al final decidieron   que lo mejor era hacerle llegar la noticia a S.M. Carlos II para que fuera él, en este caso juez y parte,  quien determinara la solución a aplicar.

Desconozco si el infractor fue tratado con benevolencia o castigado con severidad.  Las 
 dichosas estampas ofrecían una imagen del Rey montado en su caballo, teniendo las riendas con la mano derecha y el bastón de generalísimo en la izquierda, estando en postura torcida con una espada disforme por sobrada de larga. El Rey sin sombrero y el caballo  comiendo yerba y coronado con corona de laurel, y encima de ella un penacho o plumaje a manera de los  que en esta provincia acostumbran llevar   los machos de acarreo.......
Representaba la imagen la ineptitud de un monarca con agravio de las prendas reales que adornan  el generoso ánimo de S.M....

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