La Infanta María Ana, hija de Felipe III, era firme candidata a contraer esponsales con el Príncipe de Gales pero tal boda nunca llegó a materializarse por causa, aparentemente, de las diferencias confesionales de ambos jóvenes.
El Príncipe inglés, Carlos Estuardo, había llegado a Madrid y tenía previsto quedarse por espacio de varios meses, tiempo suficiente para conocer a la Infanta y para disfrutar de los placeres de la corte. Tanto él como la familia real española se agasajaron mutuamente de forma escandalosa (he publicado hace unos meses un artículo al respecto) sin reparar en gastos.
Durante la estancia en nuestro país ocurrió que Ana María enfermó de opilación y los médicos le recomendaron practicar ejercicio físico para acelerar el restablecimiento de la salud. Para ello ningún escenario mejor que los amplios jardines de palacio donde podía corretear (tenía 13 años) acompañada de todo su séquito de damas y un gran número de miembros de la guardia, encargados de vigilar que nadie se acercara y pudiera ver a la Infanta practicando actividades tan impropias de una dama de alta cuna.
Carlos Estuardo, enterado de lo que acontecía y dispuesto a husmear salió, acompañado de unos cuantos caballeros, al parque donde estaba la Infanta con su séquito. Pero D. Pedro de Granada, caballero de la Orden de Alcántara, que estaba al quite, lo vio y salió a su encuentro prohibiéndole seguir camino y evitando así que viese a su prometida en pleno trance deportivo.
El asunto llegó a tal extremo que hubo de tratarse, casi como cuestión de Estado, la conveniencia o no de que la Infanta siguiera los consejos médicos. Hubo reuniones al respecto; las cabezas pensantes del gobierno acabaron concluyendo que debíaseguir practicando ejercicio pero, no al aire libre, sino en el pasadizo que va de palacio al convento de las monjas de la Encarnación. Además, en adelante, debería estar presente la condesa-duquesa de Sanlúcar. De esta forma, la joven Ana María quedaba a salvo de las inoportunas miradas indiscretas que podían dar al traste con su buena reputación.
Recuperada de sus dolencias y anulado el compromiso con Carlos Estuardo, la Infanta viajaba a Francia para contraer matrimonio con el futuro Luis XIII mientras que la hermana de éste, Isabel de Borbón, venía a España para casarse con el, entonces, Príncipe Felipe IV.
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