En los albores del siglo XIX, bajo los auspicios del "intruso" José Bonaparte y sus asesores se creó en España el Ministerio de Policía General, que  empezó a funcionar con regularidad a principios del año 1809 siendo  Pablo Arribas su primer  titular y, por lo tanto, miembro del gabinete de gobierno del francés.

Arribas era un jurista vallisoletano que frecuentaba la amistad  de otros afrancesados convencidos como  él. Contaba entre sus amigos a Andrés Martín Pérez, presbítero, canónigo electo de la Santa Iglesia de León en la primavera del año referido, 1809.

El 11 de junio  todo el cabildo leonés, con el deán Lucas Quiñones  a la cabeza, felicitaba al nuevo canónigo, residente por aquél entonces en Palencia.

El  9 de agosto del mismo año  Andrés Martín remitía una carta personal al ministro de Policía General. La misiva no tiene desperdicio.  Habían pasado apenas dos meses desde que resultara elegido canónigo,  ni siquiera había llegado a tomar posesión del nuevo cargo y se expresaba en estos términos:

Ya estoy cansado de ser clérigo, este oficio no me da para comer. Hace cuatro años que no cojo un maravedí de mi prebenda. La canongía de León no puedo ir a disfrutarla...porque no quieren los señores insurgentes que ocupan aquella ciudad....Además, reconocía  carecer de medios económicos para iniciar el viaje y sacar el título, entre otras razones por haber sido víctima de un robo por parte de soldados españoles al volver de la emigración.

No tengo ningún recurso si no busco otro oficio; vuestra excelencia puede proporcionarme alguna cosa con que pueda vivir, aunque sea escasamente. Yo estoy dispuesto a todo......, estoy pronto a trabajar y hacer al Estado cuantos servicios pueda..... Seré cabo de policía, seré guarda de puertas, seré cualquier cosa como gane de comer...
No soy solo teólogo....., hay muchos ramos en que tengo algún conocimiento.



Si mis cohermanos han pecado, el castigo no puede alcanzarme a mí. Yo no sigo sus máximas.....y quisiera desclerizarme si me fuera posible. 

Todo me gusta más que el coro y los breviarios.
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