Alonso de Salazar y Frías, inquisidor en Logroño y miembro del tribunal que presidió el proceso de Zugarramurdi, mostró con claridad  a sus superiores su escepticismo ante las historias de brujería que referían los llamados a testificar  que, por cierto,  se contaban por cientos.

En diciembre de 1609, una niña de tan sólo 9 años, llamada María de Iturria, hija de un carbonero de Echalar, declaraba en la audiencia de la mañana de la villa de Tolosa que era bruja y como tal acudía a los aquelarres que se celebraban en el campo tres noches a la semana (lunes, miércoles y viernes) y  algunas otras fechas señaladas.
Su mentora era Catalina de Sopalda,  que la sacaba de la cama en la que dormía con su abuela por una ventana muy pequeña y la llevaba en el aire muy deprisa a un campo donde, a pesar de ser noche, había mucha claridad.

Allí estaba el demonio en forma de cabrón, negro, feo y espantoso, con garras en las patas, con cara de hombre,  barba larga y cuernos, sentado en un trono dorado. A veces tomaba forma de hombre dispuesto o de mujer hermosa....

Los brujos y brujas adultos danzaban entorno a él y le adoraban besandole debajo de la cola......Y le ofrecían dinero y lo echaban en una bacinilla que tenía una mujer.... A los niños aprendices de hechiceros se les colocaba a cierta distancia de los mayores proporcionándoles una varilla con la que pastoreaban un grupo de sapos vestidos y con cascabeles.

....Y también había unas llamas de fuego sin leña; y los brujos saltaban y se echaban en ellas muchas veces y no se quemaban...

Tras las ceremonias iniciales, a la sexta noche,  los pequeños postrados ante el cabrón renegaban de Dios, de la Virgen y  de todo lo relacionado con la religión católica. Juraban adorar al diablo, éste les ponía una de sus manos sobre el hombro izquierdo y con una uña les hacía una pequeña incisión que causaba poco dolor. Sellaban el juramento con un beso en la parte ya citada  de la anatomía del diablo (osculum infame)......Y después que se holgaron un grande rato se fueron el cabrón y todos los demás. Y la dicha Catalina cogió a la pequeña María y la volvió en el aire con la misma brevedad....a la cama de dónde la había sacado.

En parecidos términos declaraba ante el inquisidor el pequeño Juanes de Picabea, de once años, natural de Lesaca e hijo también de un carbonero  al que había iniciado en los menesteres de la hechicería una tal Margarita de Viscancho, viuda.

En agosto de 1611, estando en la Audiencia del Santo Oficio, ambos niños y muchos otras personas solicitaron revocación de  sus declaraciones  anteriores acogiéndose a una medida de gracia impulsada por Salazar y Frías en la que se invitaba a los supuestos brujos a confesar sus culpas sin ser castigados. En un principio se acogieron a esta medida más de 1.800 ciudadanos estimando las autoridades del Santo Oficio que podrían ser unos ocho o nueve mil los candidatos a hacerse acreedores del perdón.

 La pequeña María decía y declaraba cómo sin ser bruja ni haberlo sido jamás,   por las molestias y vejaciones que le hacían sus padres y otras personas, había confesado que lo era....

Intervenía en la declaración el licenciado D. Miguel de Arramendía, clérigo presbítero, intérprete de la lengua vascongada en la que se expresaban los declarantes.






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