Ana de Mendoza de la Vega y Luna, duquesa del Infantado, estuvo casada en primeras nupcias con Rodrigo de Mendoza, su tío, y en segundas con Juan Hurtado de Mendoza, su primo hermano.
Del primer matrimonio nacieron, al menos,  dos féminas que se criaron en compañía de una hija extramatrimonial del esposo. Tras enviudar y presionada por su padre, en 1594 se casó de nuevo. De este matrimonio sobrevivió  una hija que, como no podía ser de otra manera, casó con caballero de rango y alcurnia al igual que sus hermanas.

Siendo anciana Ana de Mendoza fijó su residencia en Guadalajara donde falleció el 10 de agosto de 1633 con casi 80 años de edad.

Curiosamente su testamento está fechado en 18 de agosto. Esto se debe a que   el Rvmo Padre Fray Alonso de Jesusmaría, clérigo carmelita y confesor de la duquesa, lo redactó en esa fecha en virtud de un poder que la aristócrata le había otorgado para testar en su nombre siguiendo algunas directrices marcadas por ella misma.

Su nieto y sucesor Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza heredaba el grueso de un  cuantioso patrimonio  no exento de deudas. Aún así ...muebles, plata, tapicerías, colgaduras, doseles, pinturas, armería, oratorio y librería además de los bienes raíces pasaban a ser gestionados por el joven duque, nieto primogénito y favorito de Ana de Mendoza.

La duquesa había dispuesto que su cadáver se vistiera con  el hábito de la orden tercera de penitencia de nuestro seráfico padre San Francisco y enterrado en el monasterio de San Francisco de la ciudad,.....en la bóveda que tengo hecha en el transparente, debajo del altar mayor donde ya reposaban los restos de sus padres, sus dos maridos y las dos hijas fallecidas.

Enterrose allí con aparato y grandeza real porque llevaron corona en su entierro sobre almohada. Y la pusieron en el  túmulo. Y la ciudad hizo demostraciones regias....

El duque heredero, sin escatimar en gastos y en connivencia con el cabildo y la autoridad local, organizó unas  pompas fúnebres de tal calibre que le fue impuesta una sanción de 10.000 ducados además del destierro a cinco leguas a la redonda de Guadalajara. El corregidor de la ciudad fue desposeído de la vara de mando y el cabildo castigado. 
Algunas honras  fúnebres   estaban reservadas exclusivamente a los miembros de  la familia real.







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