Tantas víctimas se cobraban las sucesivas epidemias tanto acá como  allende los mares, que uno de los efectos colaterales era  la falta de espacio para los enterramientos.

El 15 de septiembre de 1780 se publicaba, por orden de Carlos III, una cédula dirigida al virrey de la Nueva España con la desacertada respuesta de aquél  a una justa petición de éste.

La ciudad de México estaba siendo azotada por una epidemia de viruelas de tal magnitud  que   las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas, se intentaba  que no se produjese otra más nociva que la que se padecía, a causa de la cantidad de cadáveres que, hacinados y  enterrados en las iglesias,  exhalaban un hedor insoportable capaz de infeccionar el aire.

El virrey y el arzobispo acordaron adecuar con urgencia dos campos santos porque   no había espacio físico donde enterrar a los muertos.

Se señaló un cementerio ...detrás de la capilla de San Salvador el Seco, situado a la izquierda del camino que va a Nuestra Sra de la Piedad.....y se bendijo solemnemente....

Los curas del Sagrario expusieron a la autoridad que en su parroquia habían fallecido en un mes 742 personas y que ya no tenían dónde sepultarlas. Por si fuera poco,  surgió el problema añadido  de la repugnancia de las gentes del país a enterrarse en cementerio fuera del recinto de las iglesias, hasta tal punto que sentían algunos más que su hijo o pariente se enterrase en él que el haber muerto....

Se ordenó al cabildo  que durante la epidemia se sepultasen cadáveres de las parroquias del Sagrario  en parte de la Metropolitana. Los prelados regulares también fueron requeridos para que permitieran hacer lo propio en sus  iglesias y en  aquellas parroquias contiguas a sus conventos. En un principio no se mostraron muy receptivos  pero luego condescendieron a enterrar en sus capillas pocos cadáveres de gente distinguida. 

La situación tomó tal cariz que el maestro Diego Marín, comisario de la orden de Agonizantes y el maestro Jerónimo Campos, provincial de la de Santo Domingo, conscientes de la gravedad, no sólo ofrecieron sus instalaciones sino también los recursos con que contaban : bienes, alhajas y hasta el importe de los vasos sagrados...para el alivio de aquella afligida ciudad.

Tanto las autoridades eclesiásticas como las civiles acordaron solicitar al rey licencia para seguir construyendo   dos o cuatro cementerios más y generalizar la costumbre de sepultar en esos recintos para evitar, en lo posible, acrecentar los  problemas de salud pública  máxime cuando era notorio que  la ciudad, de cuando en cuando, sufría el azote de alguna  epidemia.

Pero Carlos III temeroso de que fuera una medida impopular y generara conflicto social, decidió dejar en suspenso la proposición en tanto en cuanto se restableciese aquí (en España) la antigua disciplina de los Papas... mediante  la cual se usaba de cementerios externos y solamente se enterraban dentro de  las iglesias los cadáveres de algunas distinguidas dignidades.










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