(y II)
El conocimiento de cualquier enfermedad es materia de su remedio. Ésta era la acertada máxima que guiaba los pasos del Dr. García de Santa María en la difícil senda cuya meta  pretendía lograr la curación de la peste que asolaba la villa de  Puebla de Alcocer.

 Juan García, arriero de profesión, había regresado de Andalucía (probablemente de Córdoba) y partía de nuevo, el 24 de marzo de 1682,  con una carga de vino para Valdepeñas. El día 30 empezó a sentirse mal, tenía calenturadolor intenso en el emuntorio del hígado. El día 2 de abril se manifestó un landre en la zona del dolor, siendo tratado  por un barbero con un tópico para que madurase el tumor. El sexto día se le practicó una sangría y pocas horas después falleció (5 de abril), siendo así  el primero de una larga lista.

Hasta la llegada a la villa del médico D. Francisco García de Santa María, los enfermos recibían los cuidados de dos cirujanos cuyo proceder era el que sigue:
Usaban en los cordiales de mucha triaca porque con ella  expeliese su naturaleza el veneno...., untaban las landres con aceite de azucenas y almendras dulces y el ungüento Zacarías y encima el ungüento de cebolla con la triaca....Le ponían una ventosa en el tumor y después le sajaban. Y bañando las sajas con sal y vinagre, las cerraban con el egipciaco y triaca magna......

Sin embargo, al cabo de quince días se vieron obligados a abandonar esta práctica porque se morían muchos rabiando y otros no se querían dejar sajar...

El médico recién llegado comenzaba su labor profesional el primer día de julio con una serie de recomendaciones físicas amén de otras morales que no me interesa  juzgar aquí:
 La  alimentación idónea debería ser rica en carnes de carnero castrado y aves caseras, gallinas y pollos, los cuáles se hubiesen alimentado con grano, excluyendo de la dieta todo género de pescado, legumbres y frutas (excepto las de hueso). Las personas sanas, a modo de prevención, deberían  comer también carne en abundancia y a todas horas, sobre todo de vacas seniles.

Que las calles y casas estuviesen limpias. Y en las puertas e interiores se colocasen  plantas aromáticas (tomillo, romero, poleo, ramos de laurel, mastranzos...)y se prendan luminarias por la noche con maderas y hierbas olorosas.

La primera toma de contacto con los  enfermos, aislados en una iglesia, algunos agonizando en silencio y otros profiriendo lamentos, impactó con fuerza la conciencia del galeno que, a pesar de su dilatada trayectoria, jamás había visto nada igual.

Ordené, pues, que a toda prisa me los sangrasen del tobillo de la misma parte de la landre.....Y no solo una vez al día...; en los válidos y robustos tres y cuatro sangrías. Y en los extenuados me he valido de ventosas sajadas en las piernas y en las puntas de las nalgas, con el fin de alejar el veneno del corazón.

Su modo de proceder pasaba por utilizar ungüentos para atemperar el hígado, no perdonando con otras unciones el estómago.
Para el corazón, en los primeros días de la calentura, solo me valía de vino blanco y azafrán poniéndole muy a menudo paños encima...
Concedíales también a muchos en las comidas vino generoso ya por la extenuación que en ellos hallaba ya porque al agua le sirviese de vehículo contra el veneno...
Hacía (que) se cuidase de las landres poniendo todo cuidado en que fuera con medicinas anodinas como aceite de almendras dulces y manzanilla de lombrices, mezclando en ellos algo de triaca y encima el emplasto del Dr. Burgos que se compone de raíces emolientes y aceites anodinos más la cebolla preparada con su triaca...Y en otros tumores rebeldes me valía de cocimientos....de flores de manzanilla, escabiosa, meliloto, pimpinela y dialtea...

El método del Dr. García iba encaminado a que el enfermo resistiera los primeros cuatro días el achaque  porque a partir de ahí, al parecer, el peligro de muerte se reducía considerablemente.

Durante la convalecencia se les suministraban jarabes y aguas cordiales.

En algunos las landres fueron tan contumaces que no cediendo a la terapia habitual fue necesario aplicar nuevos fomentos poniéndoles los pulmones de carnero y pollos abiertos para que con su calor....abocasen afuera el veneno. A otros ranas y en algunos casos píldoras purgantes.

Y con esto fue Dios servido que conseguí la salud de mis pobres apestados con tan feliz suceso que de ciento catorce que curé, se murieron no más que veintidós....

La quema de todas las ropas y efectos personales  de los apestados en una gigantesca hoguera a las afueras de la localidad,  ponía el punto final a una pesadilla que se había prolongado  cuatro largos  meses.
El día 2 de agosto el Dr. García  de Santa María emitía un dictamen dando por extinta la epidemia.







Comentarios

Entradas populares