El  21 de mayo de 1636, día anterior a la festividad del Corpus, se celebraban las vísperas en la catedral de Pamplona. El virrey, Francisco de Andía Irarrazábal, con todo el elenco de autoridades civiles acudían prestos a ocupar el lugar destacado que les correspondía en el templo. Oficiaba el obispo Pedro Fernández Zorrilla vestido de pontifical en presencia del cabildo en pleno.

En el momento del Magnificat fue el obispo a incensar el altar...y en acabando, con sus asistentes y capellanes, volvió al coro y.... le incensaron.Y en acabando de incensarle dijo al asistente mayor ...que fuese con cuatro capellanes a incensar al virrey.......Respondió que le parecía que era tarde; y con esta razón o descuido no lo hizo.

Finalizada la ceremonia el virrey mostró su  enojo y sus ansias de venganza por haber sido despojado del privilegio que tenían los virreyes de incensarse primero que los obispos.

La cosa derivó en discusiones  interminables y reuniones tanto de las autoridades eclesiásticas como de las civiles. Unas y otras intentaban arrimar el ascua a su sardina tirando de artillería pesada en materia legislativa,  haciendo gala de su erudición con un continuo cruce de misivas razonadas entre las partes pero  sin alcanzar  acuerdo alguno.

El dicho virrey juntó a consulta a su consejo que tiene seis oidores y un regente, que hacen siete votos decisivos en las  materias de justicia; y consultivos (para el virrey) en las materias de gobierno.
Se trataba de dilucidar  la posibilidad de echar al obispo una multa como lo merecía la gravedad del caso y el agravio que éste  había hecho a la dignidad del virrey. Para ello  usarían  de las competencias que  solamente el consejo real de Navarra  (ni las Chancillerías ni siquiera el consejo de Castilla) tenía  en algunos asuntos eclesiásticos.
Cuatro de los oidores mostraron su desacuerdo con la multa esgrimiendo leyes que desaconsejaban actuar de ese modo. Pero el virrey, herido en su orgullo, gracias a su propio voto y al de dos alcaldes de corte afines a él, a quienes  mandó llamar para deshacer el empate, consiguió su objetivo y mandó notificárselo  al obispo  de inmediato  en su palacio de Olaz Chipi, a un cuarto de legua de Pamplona.  La respuesta del prelado no se hizo esperar y decretó  la excomunión del virrey y de los consejeros de su cuerda.

Este castigo  era inaceptable para personajes de tal relevancia, no solamente porque se les  prohibía  la entrada a los templos, sino también porque habían de despedirse del boato que les rodeaba de ordinario y además la ciudadanía quedaba exenta de quitarse el sombrero y hacer las demás cortesías a los excomulgados....


Los dos  protagonistas del suceso  habían dado ya muestras de su falta de humildad en  anteriores destinos. La soberbia de ambos no hizo más que empeorar las cosas.


  El virrey ordenó cercar las iglesias y el propio palacio espiscopal con soldados armados. Pretendía prender al obispo, despojarle de sus bienes  y desterrarle ; pero éste, anticipándose a lo que ya esperaba, había emprendido la huida por su cuenta burlando   a las escuadras de soldados y escopeteros que iban en su busca.

Efectivamente el obispo sufrió pena de destierro y fue relevado en la diócesis. Pocos meses después regresaba a Estella, que no a Pamplona, donde fallecía en un convento que le había  brindado  asilo.
D. Francisco de Andía fue  destinado a combatir las fuerzas francesas que, por entonces, merodeaban peligrosamente haciendo invasiones de ganado en los lugares de la plaza de Navarra....












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