En una ocasión anterior hice referencia a la vida licenciosa en que se ejercitaba el Infante D. Luis, hermano menor de Carlos III. Tras abandonar la carrera eclesiástica, para la que nunca tuvo vocación, y heredar de su madre un capital considerable, se entregó a los placeres mundanos de tal forma que el Rey se vio obligado a intervenir en aras de detener los escándalos que protagonizaba el susodicho y de limpiar la imagen familiar.
Nada mejor, para ello, que casar al Infante. Aunque había un problema. Si contraía matrimonio con una mujer de su clase y había descendientes, podía ocurrir que éstos adquirieran más derechos dinásticos que los propios hijos del Monarca, quienes arrastraban la lacra de no haber nacido en España.
Por otra parte, no hacía mucho tiempo que el Rey había publicado una Pragmática prohibiendo los matrimonios desiguales.
Al final, se optó por una solución intermedia que pasaba por proporcionar al Infante una esposa perteneciente a una familia distinguida pero no emparentada con la realeza. Tramitado el paripé de solicitar la pertinente licencia real, en 1776 D. Luis contraía matrimonio morganático con Dña Teresa de Vallabriga.
Sin reparar en gastos, la novia fue agasajada por su prometido con un clavel de brillantes tasado en medio millón ( de reales); el aderezo grande de la Reina Madre, tasado en dos millones; doce palomitas con sus doce palomitos de brillantes, tasados en medio millón y el aderezo de boda compuesto de pendientes (su valor, un millón) y la cruz y demás piezas (dos millones).
El Sr. Infante, además, ha librado a la novia dos millones (de reales) para que regale a su padre lo que sea de su gusto.
Por si fuera poco, el escribano de gobierno del Consejo, fedatario de las capitulaciones matrimoniales de la pareja, recibió una sortija de diamantes de 18.000 reales y una caja de oro de 6 onzas. Al escribiente del documento se le obsequió con un reloj de oro. Al cura que tomó el dicho, una sortija de diamantes (18.000 r.) y una caja de oro guarnecida, su valor 30.000 r.
El oficial que envió el padre de la novia para asistir al evento de la redacción de las capitulaciones, recibió un caballo de Su Alteza que vale 9.000 reales y un reloj de oro.
Mientras tanto, ese mismo año de 1776, en los mercados de León, productos de primera necesidad como el centeno y el trigo alcanzaban un precio de entre 24 y 30 reales la fanega. Una pareja de bueyes de trabajo valía 600 r.; una vaca con su cría entorno a 200 y un cuartal de legumbres (habas o arvejos) 6 reales.
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