Siendo secretario de Estado de Marina e Indias, Julian de Arriaga recibía una carta del virrey del Perú, a la sazón Manuel Amat y Junyent, en la que le informaba de su aportación personal a los fondos del Gabinete de Historia Natural de Madrid.

Al parecer, el príncipe Carlos IV, que contaba en estas fechas (1770) con 22 años, era un gran aficionado a coleccionar   rarezas de la naturaleza . Su padre, Carlos III, había pregonado a los cuatro vientos en todos sus dominios la  conveniencia de hacer llegar  al museo todas aquellas piezas y objetos raros, de cualquiera de los tres reinos,  dignas de satisfacer la curiosidad del heredero,  príncipe de las Asturias. La recompensa, de una u otra forma,  estaba asegurada.

Manuel Amat pagó de su bolsillo la confección y los gastos de envío de los veinte lienzos que representan las distintas figuras dimanadas de la mezcla de indios y negros...

....He creído que no conduce poco a su ilustración  por ser uno de los ramos principales de raras producciones que ofrecen estos dominios, la notable mutación de aspectos, figura y color que resulta en las sucesivas generaciones de la mezcla de indios y negros....

....Para cuya mas clara inteligencia del orden con que van graduadas las descendencias,  por números, debe servir de clave que el hijo o hija que aparece representado en el primer matrimonio es, según su sexo, padre o madre en el segundo; y los de éste en el tercero; y a esta misma proporción hasta el último de los que, por ahora, van copiados....

....Con esta idea......continuaré apurando estas  combinaciones  hasta el fin, si es que lo tienen, mereciendo alguna aceptación de nuestro príncipe y señor... (13 de mayo de 1770).

Nadie dijo que fuera fácil establecer el límite entre Ciencia y Ética.

Manuel Amat, de profesión  brigadier y coronel del regimiento de Dragones de Batavia, antes de ejercer como virrey del Perú  había sido nombrado gobernador general y presidente de la Audiencia de Chile, cargo para cuyo desempeño se embarcó el primer día de abril de 1755 en el navío llamado San Francisco Javier, alias el Torero al mando del maestre Nicolás de Aizpurua. El destino era el puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Aires. Le acompañaban seis criados varones de entre 20 y 38 años, todos españoles y  solteros salvo uno de ellos, negro y  natural de Lima.


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